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Una visión frente a las intervenciones del cuerpo




Nuestro cuerpo como territorio de resistencias

No aspiramos nosotras para nada ni condenar, ni victimizar a las compañeras que hoy viven en carne propia las consecuencias de la apropiación del cuerpo femenino por parte de los sistemas dominantes: que en este caso estamos hablando del Patriarcado y el Capitalismo.

 

Ahora bien, las feministas partimos de considerar la cirugía estética como un gran mercado que parte de lo natural como imperfecto para garantizar su permanencia en el tiempo. El supuesto embellecimiento de las formas del cuerpo y del rostro, la modificación de los rasgos físicos e incluso étnicos considerados insatisfactorios, no son más que inseguridades producidas por la ideología patriarcal y capitalista para garantizar su hegemonía. La cosificación del cuerpo de las mujeres que se ha producido en el marco del capitalismo niega nuestra humanidad.

 

Como señala Marcela Lagarde, para las feministas, las mujeres occidentales vivimos un tipo de mutilación que es la cirugía plástica que se hace con fines estéticos. Lamentablemente para poder ser aceptadas tenemos que modificar nuestros cuerpos. Las mujeres hemos cedido nuestros cuerpos y estos han adquirido la connotación de productos.

 

Es por esta razón que las feministas venimos planteando que el cuerpo está inmerso en un campo político; las relaciones de poder operan sobre él y lo cercan. Este cerco político del cuerpo va unido, a la utilización económica del cuerpo; que lo hace estar imbuido en relaciones de poder y de dominación que lo consideran útil sólo cuando es reproductivo y cuerpo sometido.

 

Para muchas feministas, esta cultura del cuerpo no es más que otra manera en que la opresión de género se manifiesta, a través de la reproducción de roles y estereotipos de género, mediante la transmisión cultural de valores y actitudes que promueven modelos estéticos y funciones sociales. La cultura del cuerpo ha logrado que las mujeres nos aislemos de las cuestiones fundamentales para nuestra emancipación: porque nuestra vida en el capitalismo está alienada y cosificada.

 

Mediante el mito de la belleza se sigue construyendo una feminidad sometida. Betty Fridman planteó el mito de la feminidad refiriéndose a que: el más alto valor de la mujer es ser femenina: que no es otra cosa que encajar en un estereotipo de mujer único, y cuyas características ustedes conocen bien, muy a pesar de todo lo que podamos padecer las mujeres para encajar en ese estereotipo. Se trata de un deber ser femenino: que está atravesando en este período histórico del culto a la procreación al culto del cuerpo.

 

Además el mito de la belleza enfrenta a unas mujeres contra otras, estableciendo comparaciones y fortaleciendo una de las armas más poderosas del patriarcado en toda la historia: la enemistad entre mujeres.

 

Si bien es cierto que en las sociedades patriarcales las mujeres siempre hemos sido objetivadas y, por tanto, valoradas en función de nuestra apariencia, tanto en lo que se refiere a criterios de belleza como de fecundidad potencial, sin embargo, cuando hablamos de la industria actual de la belleza nos estamos refiriendo a un fenómeno que es cualitativa y cuantitativamente nuevo y diferente, que aglomera una diversidad de sectores económicos, conectados por intereses comerciales y por los mitos contemporáneos de belleza que todos ellos promueven y de los cuales se lucran.

 

Por diversos que parezcan, todos los sectores de esta industria se articulan en torno al eje común que es la imagen corporal de la mujer: el maquillaje, las modas, el cuidado del pelo, los perfumes, las dietas, los gimnasios, los alimentos dietéticos, los medicamentos para rebajar, las cirugías estéticas, la dermatología, etc. todos explotan con éxito el desarrollo del consumo compulsivo y la mercantilización de la vida social, sumado a la tradicional inseguridad de las mujeres en nuestra apariencia, producto de la baja autoestima colectiva de las mujeres.

 

Hablamos, pues, de una industria multimillonaria -en los EEUU más grande que la industria del cine, por ejemplo- que en las últimas dos décadas ha venido creciendo a un ritmo impresionante, en parte gracias al impulso que le han aportado el desarrollo de los medios de comunicación o de “deformación” y de las nuevas técnicas publicitarias y de mercadeo, que con tanta eficacia contribuyen a la propagación del mito de la belleza femenina a nivel global.

 

Las imágenes corporales que promueve la publicidad de la industria de la belleza y que saturan cotidianamente los medios de comunicación NO SE CORRESPONDEN ni con la realidad social ni con la naturaleza biológica del cuerpo de la mujer, con sus formas reales y sus proporciones naturales. Y no solamente porque el modelo único “ideal” ignora la diversidad natural de nuestros cuerpos, de nuestras razas, formas y edades, sino también porque ignora el hecho de que las mujeres tenemos un patrón genéticamente determinado de acumulación de grasa, que se expresa de maneras diferentes a lo largo de nuestras vidas y que no guarda relación con el modelo de esbeltez pre-núbil que se promociona como estándar de belleza femenina universal en la actualidad.

 

La realidad, por supuesto, es que la imagen corporal y el modelo de belleza que nos venden -empezando a la más temprana edad con la muñeca Barbie y sus proporciones inhumanas- no solamente que son inalcanzables para la mayoría de las mujeres, sino que además son dañinos para la salud. Además de inducir a niñas y mujeres a comportamientos dietéticos autodestructivos, estas imágenes corporales distorsionadas incitan a la forma más insólita de violencia contra nuestros cuerpos: la automutilación en la que muchas veces se convierten las cirugías “estéticas”. Y este modelo insano, inhumano y profundamente racista se va volviendo progresivamente hegemónico y continúa expandiéndose a todos los rincones de la tierra, gracias a la globalización de patrones culturales homogéneos.

 

Pero además de las consideraciones en torno a la salud física, debemos tomar en cuenta el impacto de este modelo sobre el bienestar emocional y social de las mujeres.

 

Autoestima femenina

 

Podríamos con este fenómeno globalizado del culto al cuerpo hablar de empoderamiento en la esfera pública y des-empoderamiento en la esfera privada.

 

Aunque pareciera que en términos generales las mujeres nos empoderamos y conquistamos cada vez más espacios en la esfera pública, la realidad es que se nos sigue valorando más por la apariencia que por otra cosa, y accedemos a cualquier medio para perseguir el ideal de belleza patriarcal porque nuestra autoestima sigue estando muy golpeada, lo que nos hace perder terreno en nuestro principal espacio de lucha y resistencia, el cuerpo: entregándonos mansamente a la tiranía de los modelos impuestos, despolitizándonos, canalizando nuestras energías hacia objetivos que están fuera de nuestro control y auto-devaluándonos ante la imposibilidad de alcanzarlos.

 

En América Latina se estima que el 40% de niñas a los 9 ó 10 años están haciendo dieta, y el 87% de mujeres adultas desea perder peso. La trampa está echada: nos valoramos a nosotras mismas en función de una valoración externa que en gran medida depende de cuánto nos aproximamos a un ideal de belleza irrealista, inhumano y en la mayoría de los casos inalcanzable. El resultado es catastrófico para nuestra autoestima -y, por tanto, para nuestro empoderamiento personal- pero inmejorable para la industria de la belleza, que se alimenta de nuestras inseguridades en cuanto a la apariencia y crece a costa de agravarlas. Es ahora cuando más oportuna resulta la vieja frase de Simone De Beauvoir: “perder la confianza en su propio cuerpo es perder la confianza en sí misma”.

 

La aberración es tal que se ha creado un canon electrónico que sirve de modelo a las mujeres. Dicho canon ha sido creado por los sistemas digitales que modifican las imágenes de los rostros y de los cuerpos femeninos para ofrecer un modelo de belleza que podríamos calificar de posthumano.

 

“La cultura patriarcal ha aplicado la tecnología al cuerpo femenino para satisfacer las fantasías masculinas: desde el corsé y el polisón (ambas prendas utilizadas para moldear la figura femenina) hasta la publicidad que nos enseña a las mujeres a considerarnos como objetos que deben crearse para competir con otras mujeres, y también el modelo inalcanzable que propone la industria de la belleza.”

 

No debe extrañarnos hoy que nuestra visión de la belleza esté distorsionada.

 

Propuestas

 

1) Promover la amistad entre mujeres, la alianza entre mujeres, como forma primaria de socavar la hegemonía patriarcal.

 

2) Replantear el problema de la belleza desde el análisis político feminista del cuerpo como eje fundamental de la opresión de la mujer, definiendo el desarrollo de nuestra autoestima corporal como un asunto de interés político colectivo, no como una cuestión privada e individual. En esta época en que tanto se habla de nuestros logros y avances, no podemos seguir postergando la ampliación de nuestras estrategias políticas para darle al cuerpo, a la sexualidad y a los hechos de la vida privada la importancia central que tienen en nuestra subordinación, por eso afirmamos desde el feminismo que lo personal es político.

 

3) Impulsar la reconceptualización de la belleza desde una perspectiva integral que enfatice los aspectos de salud y que reconozca las diversidades de raza, edad y cultura. Una perspectiva, en fin, que revalorice a las mujeres, en lugar de inducirnos a subsumir nuestro bienestar, autoestima y hasta nuestras vidas en la búsqueda obsesiva de una imagen corporal que nos convierte en objetos, nos minimiza y nos hace perder empoderamiento.

 

No hay un ejemplo más claro en el que se evidencie el armonioso matrimonio patriarcado – capitalismo que en la mercantilización y cosificación del cuerpo de las mujeres.

 

Como vemos, nuestros cuerpos han devenido en un espacio de lucha donde se manifiestan las valoraciones que tenemos o debemos tener de nosotras mismas, por eso la principal bandera de lucha de las mujeres frente al capitalismo patriarcal es reapropiarnos de nuestro cuerpo y hacer de éste nuestro principal territorio de lucha y resistencia, que pasa necesariamente por el derecho a la autonomía de las mujeres sobre nuestros propios cuerpos sin la alienación que se nos ha impuesto sobre ellos.

 

Finalmente, las feministas creemos que es indispensable garantizar el derecho a la salud y a la vida de las mujeres, pero sobre todo queda el enorme reto de comprender que nuestra vida vale, pero nuestro cuerpo no tiene precio.

 

Rebeca Madriz Franco

rebecamadrizfranco@gmail.com

Instagram: @rebecamadrizf

Imagen: Collage de Ling Liu por Lacey tomado de Vogue China December 2015.

Quinta Ola


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